Cuando Dios nos llama, lo hace desde nuestra experiencia de vida y su llamado no es algo que, por lo general, suene agradable a nuestros oídos.
Cuando leemos las Sagradas Escrituras, observamos que a quienes Dios llamó dan señales de humildad, al reconocer su naturaleza pecadora y, por tanto, indigna delante de su presencia.
Eso hicieron Isaías y los pesca- dores de Genesaret. También Pablo se reconoce como el último de los apóstoles, ni siquiera merecedor de ese título, por cuanto persiguió a la misma iglesia de Jesucristo.
Hoy sigue llamando a cada uno de sus hijos, hombres, mujeres, niños y ancianos para que se conozcan a sí mismos y puedan identificar sus limitaciones y defectos. Pero también para que sepan cómo convivir con ellos, cómo irlos superando, de modo que esas limitaciones no causen daños a nadie.
Así sucedió con José Celino Gutiérrez Ibarra, un voluntario del Centro de Orientación y Atención Integral San Juan Pablo II, que vive su proceso de recuperación. El mismo asegura haber sido llamado por el mismo Jesucristo a través del sacerdote Ángel Alonso, párroco de la Iglesia San Martín de Porres.
Testimonio
En plena Semana Santa iba para el hueco a comprar drogas, cuando caminaba por el barrio, vi que venían vecinos realizando un Vía Crucis, acompañados por el padre Ángel Alonso. Traté de adelantarme, metiéndome por una vereda, aceleré el paso, bajando mi gorra para que las amistades de mi mamá no me reconocieran. Pero igual el cura me reconoció y me llamó: ¡José, José!.
Algo muy fuerte me hizo regresar, algo que no puedo explicar, yo iba con todo a consumir, pero el poder superior de Dios me hizo regresar.
El sacerdote dejó el Vía Crucis y se fue detrás de mí, me saludó y me preguntó ¿Cómo estás José? Esa pregunta tan sencilla me quebrantó, yo sabía que era Dios quien me hablaba.
No respondí, porque el mismo sabía que no estaba bien, me invitó a la iglesia, diciéndome que al día siguiente había una jornada de confesiones. Dí mi palabra diciendo que iría, me regresé a la casa y ese día por obra de Dios, no consumí.
Al día siguiente fui a confesarme. El poder superior movió todo, el padre Ángel me preguntó ¿qué quería hacer?, le respondí que quería internarme, porque estaba consumiendo demasiado. Durante 21 años probé de todo: marihuana, cocaína, pegón y bazuco.
El sacerdote contactó al joven Ariel López del Centro San Juan Pablo II, le pidió que me ayudaran. Acepté mi adicción como una enfermedad y estuve por un mes internado en el Centro Especializado en el Tratamiento de Adicciones (CETA)”.
Desde entonces José asiste a las terapias. Para Ariel director del Centro, es un líder de apoyo para otros adictos en recuperación. Sirve siempre colaborando como voluntario en las actividades que se organizan y le ven casi todos los días con una actitud positiva de enfrentar a diario su enfermedad, ayudando a otras personas.
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