Queridos hermanos y hermanas musulmanes:
En el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso nos complace transmitiros nuestros buenos deseos
fraternales para un mes rico en bendiciones divinas y en crecimiento espiritual. El ayuno, la oración, la
limosna y otras prácticas piadosas nos acercan a Dios nuestro Creador y a todos aquellos con los que
vivimos y trabajamos, ayudándonos a seguir el camino por la senda de la fraternidad.
Durante estos largos meses de sufrimiento, angustia y dolor, especialmente en los periodos de
confinamiento, hemos percibido la necesidad de la asistencia divina, y de expresiones y gestos de solidaridad
fraterna, como una llamada telefónica, un mensaje de apoyo y consuelo, una oración, ayuda para comprar
medicinas o alimentos, consejos y, en pocas palabras, la seguridad de saber que alguien está a nuestro lado
en los momentos de necesidad.
La ayuda divina, necesaria y buscada sobre todo en circunstancias como la actual pandemia, es múltiple: la
misericordia divina, el perdón, la providencia y otros dones espirituales y materiales. Y sin embargo, lo que
más necesitamos en estos días es la esperanza; por eso nos parece oportuno compartir con vosotros algunas
reflexiones sobre esta virtud.
Sabemos que la esperanza incluye el optimismo, pero va más allá. El optimismo es una actitud humana,
mientras que la esperanza está arraigada en algo religioso: Dios nos ama y por eso nos cuida con su
Providencia, a través de sus misteriosos caminos, que no siempre son comprensibles para nosotros. En estas
situaciones, somos como niños que, aunque están seguros del cuidado amoroso de sus padres, aún no son
capaces de comprenderlo plenamente.
La esperanza surge de nuestra convicción de que los problemas y las pruebas tengan un significado, un valor
y un propósito, por muy difícil o imposible que nos resulte entender la razón o encontrar una salida.
La esperanza lleva consigo la convicción de la bondad que hay en el corazón de cada persona. A menudo, en
situaciones de dificultad o desesperación, la ayuda y la esperanza que aporta llegan de donde menos lo
esperamos.
La fraternidad humana, con sus múltiples manifestaciones, se convierte así en una fuente de esperanza para
todos, especialmente para los más necesitados. Agradecemos a Dios, nuestro Creador, y también a los
hombres y mujeres, nuestros semejantes, la pronta respuesta y la generosa solidaridad mostrada por los
creyentes y las personas de buena voluntad sin afiliación religiosa, en tiempos de catástrofes, tanto naturales
como provocadas por el hombre, como los conflictos y las guerras. A nosotros, como creyentes, todas estas
personas y su bondad nos recuerdan que el espíritu de fraternidad es universal y trasciende todas las
fronteras étnicas, religiosas, sociales y económicas. Al adoptar este espíritu, imitamos a Dios, que mira con
benevolencia a la humanidad que creó, a todas las demás criaturas y al universo entero. Por eso, según el
Papa Francisco, el creciente cuidado y preocupación por el planeta, nuestra «casa común», es otro signo de
esperanza.
También somos conscientes de que hay factores adversos a la esperanza: la falta de fe en el amor y el
cuidado de Dios, la pérdida de confianza en nuestros hermanos, el pesimismo, la desesperación y su opuesto
infundado, la presunción, las generalizaciones injustas basadas en las experiencias negativas propias, etc.
Hay que oponerse eficazmente a estos pensamientos, actitudes y reacciones perjudiciales para reforzar la
esperanza en Dios y la confianza en todos nuestros hermanos.
En su reciente encíclica, Fratelli tutti, el Papa Francisco habla a menudo de la esperanza, y nos dice: «Invito
a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano,
independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos
habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande,
lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la
justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las
pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen
la vida más bella y digna (cf. Gaudium et spes, 1)». Caminemos con esperanza» (nº 55).
Nosotros, cristianos y musulmanes, estamos llamados a ser portadores de esperanza para la vida presente y
futura, y a ser testigos, constructores y reparadores de esta esperanza, especialmente para aquellos que
padecen dificultades y desesperación.
Como signo de fraternidad espiritual, os aseguramos nuestras oraciones, expresando nuestros mejores deseos
de un Ramadán pacífico y fructífero y un feliz Eid al-Fitr.