Homilía de Mons. José Domingo Ulloa Mendieta osa en la solemnidad de la Asunción de María celebrado en la Iglesia Nuestra Señora de la Merced Casco Antiguo

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Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de Santa María, en cuerpo y alma a los cielos. «Hoy —dice san Bernardo— sube al cielo la Virgen llena de gloria, y colma de gozo a los ciudadanos celestes». Y añadirá estas preciosas palabras: «¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al cielo! Con este gesto maravilloso de amistad —que es dar y recibir— se funden lo humano y lo divino, lo terreno y lo celeste, lo humilde y lo sublime. Hoy celebramos que el fruto más granado de la tierra está allí, de donde proceden los mejores regalos y los dones de más valor.

«La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de esa esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos» (San Josemaría).

«En esta Solemnidad de la Asunción miramos a María: Ella nos conduce a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con Él, sino dejarnos iluminar y guiar por su palabra» (Benedicto XVI).

«La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 974).

Esta fiesta de la Asunción pone de manifiesto que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios tiene la verdadera fuerza, y su fuerza es bondad y amor. Por ello, es una fiesta llena de alegría. Con ella celebramos la culminación del camino que hizo María por este mundo. Es una fiesta de victorias y triunfos, en medio de este mundo sumergido en miles de batallas que parecen todas perdidas.

Los creyentes podemos mirar hacia el futuro y decir plenamente nuestro sí, como lo hizo María, y guardarlo en el corazón y poner nuestra confianza en el Dios cuyo brazo es poderoso y enaltece a los humildes.

Cuando afirmamos que María, en cuerpo y alma, fue llevada al cielo una vez terminada su vida terrenal, decimos que como todo ser humano, allá por los años cincuenta de nuestra era murió. La muerte es connatural a la especie humana (y a todo ser viviente de este mundo).

Nadie se puede substraer de ella. Algunos han querido evitar a María este trago, pero sería deshumanizarla a la vez que evitarle la “pascua”, su propia “pascua”; es decir el momento cumbre en el que el Sí que dio a Dios un día de la “Anunciación” pasase a ser el SI definitivo de la total confianza en el Dios de la Vida y el Dios de nuestro Señor Jesucristo.

Y al afirmar que María fue asunta al cielo, antes debemos diferenciar que Jesucristo ascendió al cielo, Él no es llevado al cielo, sino que pasa de este mundo al Padre resucitando de la muerte al tercer día y sube al cielo 40 días después de su resurrección, según dice San Lucas.

Lo que acontece en Jesús es fundamental para que después pueda acontecer la Asunción de María.

Jesús es el primero. Él resucitó, el primero de todos. Y por Él resucitaremos todos. Su resurrección es la que marca el camino de todos aquellos que creemos en Él y de todo otro hombre o mujer de buena voluntad.

Es así que María es llevada al cielo, lo que celebramos en este días es que ella el primer fruto maduro del efecto resurreccional de Jesús. Y que Ella está en la casa del Padre injertada plenamente en la fuente de vida que es Cristo resucitado.

María es pionera entre otros muchos hermanos de Jesús e hijos del Padre. María ha recorrido el camino de su vida terrenal en total fidelidad a la voluntad del Padre-Dios. Supo un día fiarse totalmente de la Palabra-Promesa que pronunció el ángel Gabriel en el nombre del Altísimo, y, a pesar de ser algo inusitado, supo decir “Hágase en mí según tu Palabra”. Supo decir “SI”. Supo decir “Amén”. Y como para Dios no hay nada imposible aconteció en ella lo imposible: El Hijo de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros.

Por eso, queridos hermanos los invito a alegrarnos y festejar que una de nuestra raza –María de Nazaret- ha hecho un camino de vida ejemplar y ha llegado a lo más alto que pueda aspirar cualquier persona humana. El encuentro definitivo con Dios Padre.

Hoy no solo nos alegramos por Ella, sino que nos alegramos por nosotros porque el camino que ella ha recorrido nosotros estamos invitados a recorrerlo también.

A nosotros se nos ha llamado y elegido para ser santos e inmaculados en el amor. También se nos ha elegido para ser hijos de Dios.

Queridos hermanos: convenzámonos esta fiesta de la Asunción no es la conmemoración de un privilegio mas de la Virgen, que la aparta más y más de nosotros. Es el día esperanzador en que se empieza a cumplir una promesa del Señor Jesús hecha a nosotros: “El que cree en Mí tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”.

Es verdad que María tuvo una misión y un puesto de privilegio: el ser Madre del Hijo de Dios. Pero cuando la mujer del pueblo le grita a Jesús: “Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”. Lo que Jesús alaba no es el puesto privilegiado de María, como Madre suya… “Más bien bendito el que oye la palabra de Dios y la cumple, el que cree en Mí y en mi palabra, porque tiene vida eterna”.

La fiesta de hoy es una consecuencia del Misterio central de nuestra Fe: la Resurrección de Jesucristo en el que todos hemos resucitado.

Jesús murió y resucitó. Ese Jesús que vivió con los Apóstoles hoy vive. María murió y resucitó, y esa misma María que llevó en su seno a Jesús hoy vive.

Y nosotros que estamos aquí un día moriremos y también viviremos con Jesús y María. Dejemos a un lado el “cómo” y el “cuándo” que no lo podemos imaginar. Quedemos con esta realidad de Fe y creamos.

María se nos ha adelantado. Dios la ha puesto en lo alto del cielo, como estrella llena de luz que nos llene de esperanza al hacer nuestro camino:

— cuando la lucecilla de nuestra fe vacile, miremos a la estrella y pidamos a María esa fe que nos trae la vida eterna.

— cuando nos encontremos desesperanzados por los problemas familiares, económicos, de enfermedades, miremos a la estrella y María nos dará esperanza, que también Ella llegó a lo alto por senderos empinados y duros de montaña.

— cuando nos demos cuenta de que la borrachera de la diversión, del pasarlo bien, del egocentrismo se va apoderando de nosotros, pidamos a María que no permita que seamos juguetes de los demás, porque llevamos en nosotros el tesoro de la vida eterna.

¡La Asunción de la Virgen, nos invita a elevar nuestros ojos al cielo!

¿Qué es lo que buscan o pretenden los atletas o los deportistas, los países que participan? Competir para ganar. Subir al podium y con cuantas medallas más y mejor.

Pues miren esta festividad de la Asunción, me atrevería a decir, es la gran medalla que DIOS da a la Virgen por haber estado ahí, por haber corrido hasta el final, por haber permanecido fiel.

Hoy es el día en que DIOS eleva a la Virgen en el podium del cielo; le abre sus puertas, la sienta a su lado por haber jugado en limpio, con sencillez y obediencia, con pobreza y humildad, con pureza y con disponibilidad…

Por eso, si María en este día subió a los cielos; nosotros también estamos llamados a juntarnos con la Madre en ese mismo lugar.

Si Ella permaneció hasta el final FIEL a sus principios; que nosotros no los perdamos. La fiesta de la Asunción es precisamente eso: No perder el norte…no dejar que nadie vulgarice nuestra vida.

Por ello, en este día de gloria, de premio y de gratificación por parte de Dios a la Virgen María, soñamos también con el nuestro: Ella participó en el plan de Dios y, nosotros, si lo hacemos de la misma manera…entraremos por el mismo pórtico por el que María es recibida en medio de cánticos, trompetas y sonrisas celestiales.

Hoy DIOS se la lleva a su lado…porque su cuerpo no puede corromperse en la tierra. Pero todos, tú y yo, nosotros…la tenemos en el corazón pese a quien pese y caiga quien caiga. Pues mirar al cielo y tener fe… conlleva un triunfo; no son las medallas de oro y de plata de los juegos olímpicos, es la alegría de ver un día cara a cara a los nuestros y ver frente a frente el rostro de Cristo de Dios, del Espíritu y de María Virgen. A nosotros también se nos ha dado el Espíritu Santo, el mismo Espíritu que recibió María, para que podamos vivir nuestra vida como un permanente SI a la voluntad de Dios.

¡Qué causa tanta alegría! La asunción de María.

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ