HOMILÍA EN LA JORNADA DE ORACIÓN, AYUNO Y PENITENCIA CONSAGRACIÓN A SANTA MARÍA LA ANTIGUA

Raul VenceNoticias

Mons. Miroslaw Adsmczyk Nuncio ApostólicoSu Eminencia Cardenal José Luis Lacunza Maestrojuan oar, Obispo de David
Mons. Rafael Valdivieso Miranda, Obispo de Chitré y Presidente de la Conferencia Episcopal Panameña
Mons. Pedro Hernández Cantarero cmf, Obispo del Vicariato de Darién y Vice Presidente de la Conferencia.
Mons. Manuel Ochogavia Barahona Obispo de Colon-Kuna Ayala  osa y Secretario de la Conferencia Episcopal.
Mons. Audilio Aguilar Aguilar, Obispo de Santiago
Mons. Edgardo Cedeño svd, Obispo de Penonomé
Mons. Aníbal Saldaña oar, Obispo de la Prelatura de Bocas del Toro
Queridos Obispos eméritos:  Mons. José Dimas Cedeño Delgado, Pablo Varela Server, Oscar Mario Brown, Uriah Ashley y Agustín Ganuza, oar
Queridos sacerdotes, diáconos, vida consagrada, queridos laicos y miembros de los diversos movimientos eclesiales.
Medios de comunicación
Hermanos y hermanas que nos encontramos unidos, a través de esta red televisiva, radial y de las diversas plataformas digitales.

Hoy nos reúne un hecho inédito “la humanidad entera está viviendo una noche oscura de dolor, para muchos de temor y otros de indiferencia. Lo cierto es que esta pandemia nos ha marcado un nuevo ritmo de vida. Un ritmo que demanda de cada uno cambiar actitudes individualistas, consumistas, egocentristas, para responder responsablemente a las indicaciones y las medidas de contención que nos urgen las autoridades de salud. Si no lo asumimos -por amor a la familia, por amor al prójimo- esta rebeldía innecesaria cobrará más víctimas de las que ya se tienen.   
A los grandes males de la humanidad, como la que padecemos hoy, en la que observamos un mundo sumido en tinieblas, nuestra respuesta desde la fe es Jesucristo, Señor de la historia. Él es nuestra luz, es nuestra esperanza, es la roca que en medio de nuestra fragilidad humana nos sostiene.
Estamos en tiempos de volver a Dios, para darle la centralidad en la vida de cada uno de nosotros. De redescubrir su bondad y misericordia.
Para detener la pandemia que sufre la humanidad -además de todo el esfuerzo y entrega que realizan los científicos- los hombres de fe tenemos el recurso de la oración, una oración  fervorosa para que Dios en su infinito poder nos de la sabiduría, los recursos, pero sobre todo el compromiso de quedarnos en la casa.
Por eso, hoy nos hacemos eco del llamado del Papa Francisco donde invita al mundo entero a unirse en oración junto a Él, desde el cementerio de la Basílica de San Pedro, con la plaza vacía, como él mismo anunció:
“Escucharemos la Palabra de Dios, elevaremos nuestra súplica, adoraremos el Santísimo Sacramento, con el que al final daré la Bendición Urbi et Orbi, a la que se unirá la posibilidad de recibir la indulgencia plenaria”, nos dijo en su invitación especial para unirnos en toda la orbe para orar.
Hay una gran expectativa mundial por la cita de esta oración universal que propuso el Papa personalmente durante el Ángelus del pasado domingo.
La Conferencia Episcopal Panameña nos solo se une a esta intención, sino que además realiza el acto de Consagración a nuestra Madre Santa María la Antigua; para que la buena madre -que nos ha acompañado en estos 507 años- interceda por nosotros. Queremos recordarle a cada habitante de este Istmo, ustedes no son huérfanos, nunca lo han sido, nuestra Madre en el Cielo, nunca ha dejado de acompañarnos, en las tristezas y las alegrías. Por eso somos un pueblo que camina en la esperanza de la mano de María.
¿Cómo no recurrir a Ella, para que interceda ante Su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo para que detenga el avance de esta pandemia. Y para que en su presencia y ternura encontremos seguridad?
Nuestra cercanía a los héroes del ahora
Tenemos en Panamá cerca de 20 días de convivir con la pandemia. Casi podemos decir que estamos viviendo la Cuaresma en la Cuarentena… 
Es en ese sentido que hemos animado en estos días a vivir el ayuno y la oración, pero de manera especial, ofreciéndolos para la salud y bienestar de todo el pueblo panameño y el mundo entero.
Como creyentes ante esta pandemia del coronavirus queremos responder con la universalidad de la oración, de la compasión, de la ternura. Para así permanecer unidos.  Y hacer sentir nuestra cercanía a las personas más solas y más probadas. Nuestra cercanía a nuestras autoridades, a los médicos, a los profesionales de la salud, enfermeros y enfermeras, voluntarios… 
Nuestra cercanía a las autoridades que deben tomar medidas duras, pero para nuestro bien. Nuestra cercanía a los estamentos de seguridad, a todos los que tienen la misión de mantener el orden en las calles, para que se cumpla lo establecido por el Gobierno, a través de las autoridades de salud.
Tener una oración confiada como la de la Reina Esther
La primera lectura que nos propone la liturgia de hoy relata la experiencia de la Reina Esther que ante el peligro inminente y la amenaza en la que se ve su pueblo, peligro de muerte que se descubre como lo que hoy también experimentamos todos nosotros necesitados de Dios, y por eso como ella nos hemos reunidos para clamar oración…
«Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estamos solas y no tenemos otro defensor fuera de ti, pues estamos expuestos al peligro. 
Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. 
Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo.»
Quedémonos con estas ideas importantes para aprender a dirigirnos al Señor ahora que atravesamos por momentos de peligro.
Hermanos: Estos son días que, desde la distancia, pero con el corazón abierto a la escucha y la contemplación, rezamos por la situación que estamos viviendo.
Por eso los invito a prepararnos a vivir esta jornada desde una perspectiva más contemplativa, integrando la oración de una manera más intensa en nuestra vida cotidiana. Cuidando de manera serena e íntima el lugar que Dios ocupa en nuestra vida. 
Cuidar el fondo de nuestro corazón para dejar que allí repose cómodamente Dios. No sólo nos ayudará a mantener la conciencia clara de que Dios vive en mí y yo en Él, sino que nos hará entregarnos a los demás como una mirada nueva. No hay nada más agradable que sentir vivamente en lo profundo de uno mismo la presencia de Dios.
¿Por qué es importante esta jornada de oración? Porque la oración es la llave que abre nuestro corazón y nuestra alma al Espíritu Santo; es decir, a su acción transformadora en nosotros. 
Al orar, permitimos a Dios actuar en nuestra alma -en nuestro entendimiento y nuestra voluntad- para ir adaptando nuestro ser a Su Divina Voluntad. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica #2825-1827)
La oración nos va descubriendo el misterio de la Voluntad de Dios. (cfr. Ef.1, 9) La oración va conformando nuestro ser a esa forma de ser y de pensar de Dios: nos va haciendo ver las cosas y los hechos como Dios los ve. Ver el mundo con los ojos de Dios.
¿Porqué es importante orar? Porque la oración nos va haciendo conformar nuestra vida a los planes que Dios tiene para nuestra existencia.
La oración nos va haciendo cada vez más «imagen de Dios”, nos va haciendo más semejantes a Cristo.
Por eso hemos de orar para que sea Él el que se convierta en el auténtico y único protagonista de nuestra vida. Orar para no caer en la tentación, para hacernos fuertes en los momentos de debilidad, de sufrimiento y de aflicción. 
El sentido de un silencio respetuoso, prudente y meditativo
Por eso estos nuevos desafíos requieren del silencio prudente porque:   
“Siempre cuando nos sucede una grave desgracia, es importante guardar un silencio respetuoso, ese silencio respetuoso, por ejemplo, lo están viviendo en este momento todos los hermanos que trabajan arduamente para que la epidemia no se extienda, todas las autoridades que realizan esfuerzos inmensos con limpidez y claridad, los enfermeros y enfermeras, personales de vigilancia, policías, los alcaldes, el personal de limpieza, los choferes de las ambulancias, los comunicadores y la prensa. Todos están mostrando coraje, inteligencia y sensibilidad solidaria de amor a Panamá y a la humanidad”.
Este silencio respetuoso se hace para comprender juntos la hondura de lo que está ocurriendo, y ello nos ayuda a ponernos en sintonía para buscar, en silencio, soluciones adecuadas.
Por eso la pandemia del coronavirus nos obliga a comprender de otro modo la vida y la fe. Según las últimas investigaciones, podemos decir que no volveremos a la normalidad anterior y, por eso, es importante que tengamos en cuenta que la vida no será igual.
Necesitamos cambiar nuestra mentalidad sobre cómo se debe vivir, no debemos comprender este problema como una anécdota pasajera y sin importancia. Es un desafío que nos abre el horizonte humano para pensar las cosas de otra manera, para inventar una forma distinta de vivir, y como bien ha dicho el Papa Francisco, nos corresponde a todos enfrentarla comunitariamente, en solidaridad y con responsabilidad creadora.
Nos encontramos en un camino de reeducación humana y espiritual de gran importancia: ante nuevos desafíos, tenemos que pensar en nuevas maneras de reaccionar.
Repensar la manera de vivir personal y social
Los cristianos somos gente de esperanza y alegría, por eso en medio de esta difícil realidad de la pandemia, estamos seguros que reflexionando lo que es importante en nuestra vida; de cómo podemos volver a la fuente de la felicidad verdadera y eterna que es Jesucristo, podemos hacer un mundo mejor.
Si algo nos ha dejado claro el coronavirus, es que todos los seres humanos somos iguales, no importa la etnia, la clase social, nuestra ideología política, si soy creyente o no, a todos nos puede contagiar, y este hecho debe hacernos reaccionar.
Ciertamente esta pandemia debe cambiarnos positivamente, en ser más humanos, solidarios, respetuosos con la naturaleza, con la autoridad como servicio a los demás, para edificar y elevar nuestro espíritu. 
Cada uno de nosotros tiene que repensar su manera de vivir personal y socialmente, juntos tenemos que inventar una forma de vivir nueva, en la que Dios no sea un extraño, sino uno más en el medio de la familia.
Con este llamado de la Conferencia Episcopal, queremos unirnos como única familia para pedirles a todos, como cristianos, como católicos y de cualquier otra comunidad de fe, que hagamos de este tiempo, un momento de preparación en nuestras casas, sabiendo ya que la normalidad anterior no va a volver. 
Tenemos que preocuparnos porque la nueva normalidad que creemos, que será diferente, elimine la indiferencia, la falta de solidaridad, la falta de cuidado y de delicadeza, elimine la actitud corrupta, las actitudes de escape para encubrir y tapar robos, maltratos, dominaciones, pedofilia y distintas cosas que se han hecho en la sociedad y en la Iglesia. 
No podemos regresar a la normalidad que está contaminada por esas cosas, y no regresaremos jamás, debemos crear una normalidad nueva, llena de preocupación, de servicio, de cuidado entre todos.
Tiempo para pedir perdón y reconciliarse
Ahora que no podemos ir al templo, porque el reunirnos puede llevar a contagios y puede desarrollar la epidemia, necesitamos una forma de ser cristiano en espíritu y en verdad como testigos, que nos permita vivir nuestra fe en la vida cotidiana profundamente, con el Espíritu Santo, guiados por Él, en forma más flexible y creativa, menos rígida, capaz de inspirarse en el Señor a través de los desafíos. Que bálsamo son las palabras del Papa Francisco:
Cuaresma, tiempo de paso, pero también de mirarse a uno mismo y a sus pecados, y a buscar el perdón de Dios. A acercarse a la Confesión. “Pero ¿dónde puedo encontrar a un sacerdote si no se puede salir de casa? ¿Cómo puedo hacer?”, le preguntan al Papa. “Haz lo que dice el Catecismo: si no encuentras a un sacerdote para confesarte, habla directamente con Dios (…), pídele perdón con todo el corazón, delante de él, prométele que luego te confesarás… y llegará de inmediato la Gracia de Dios”.
“Tú mismo te puedes acercar al perdón de Dios sin tener cerca la mano de un sacerdote. Es el momento justo, el momento oportuno: un acto de contrición, de dolor bien hecho”.
Dios jamás desprecia un corazón contrito, se alegra porque el envió precisamente a este mundo a su Hijo para ganarle la salvación eterna, a todo aquel que crea en Él y se arrepienta.
Somos guerreros del Señor
Nuestra historia panameña ha sido marcada por acontecimientos buenos y malos, de los que hemos aprendido y otras veces hemos caído en los errores nuevamente. Tenemos la oportunidad de dar un giro positivo a nuestra historia de país. Tenemos la oportunidad de iniciar una conversión profunda de lo que significa ser ciudadano, de lo que en verdad es el servicio en el ámbito político, en nuestras comunidades de fe, en el mundo económico, en tantos aspectos de la vida humana.
Una vez más un acontecimiento nos coloca en tomar una decisión para el bien de todos. O nos mantenemos en casa para evitar el contagio como medida de contención, porque responsablemente debemos cuidar al otro, o fallamos como país y sufrimos las consecuencias.
Que la indiferencia de algunos, no perjudique la voluntad de la mayoría. No dejemos en manos de algunos la salud del país, todos debemos ser guardianes de nuestros abuelos, de nuestros hijos, ser protectores de nuestras familias.
Con convicción pidamos a Nuestra Madre, que interceda por este pueblo y por el mundo entero, para que podamos renacer en Cristo Jesús, para que en esta misma tierra renazca la bondad, la credibilidad, la confianza, la justicia y la paz.
No tengamos miedo a los tiempos oscuros, nuestra fortaleza es Cristo. Seamos discípulos valientes, oremos con insistencia y valentía para salir adelante en medio de esta pandemia. La respuesta a nuestros problemas en la crisis sanitaria es la solidaridad, que nos permite compartir con el que no tiene, que nos anima a acompañar al que está solo, que nos hace ser agradecidos con quienes se arriesgan por nosotros exponiendo su vida y dejando a su familia. Oremos con fe porque Cristo ha vencido a la muerte y nos ayudará a vencer esta pandemia.  AMEN.